La estética nace en el siglo XVIII como reflexión filosófica que se confronta al arte como esfera autónoma, independizada de lo religioso, lo útil, lo decorativo o lo político. Dicha reflexión filosófica intenta pensar la naturaleza de lo bello, sus efectos sobre la condición humana, sus vínculos con lo emotivo y lo intelectivo, así como condicionamientos sociales e históricos. Las reflexiones en torno al gusto (buen gusto o mal gusto), la belleza como ornato social y condicionamiento de clase, la existencia o no de reglas universales en la apercepción estética, la conexión de la belleza con lo bueno y lo verdadero, es decir, con la moral y el conocimiento, devienen preocupaciones fundamentales del siglo XIX. En ese siglo, la categoría de lo bello se enriquece con la de lo sublime y lo siniestros románticos, apareciendo incluso una estética de lo feo (Rosenkranz). Será con la irrupción a finales del XIX de las grandes revoluciones artísticas que darán lugar a las primeras y las segundas vanguardias históricas cuando se ponga en cuestión la conexión entre arte y belleza, así como el papel rector del arte como educador moral y guía de la Humanidad. El arte se vuelve experimental, transgresor, innovador y creativo, sometido a vaivenes utópicos y distópicos alternativamente, configurándose como espejo público y social de la propia época histórica y su sensibilidad. De un modo patente las vanguardias implican una revolución de las técnicas artísticas (irrupción del cine, la televisión, la radio, la fotografía, los aparatos registradores de imagen y sonido, la revolución digital, etc.), claramente implicadas en las diversas transformaciones tecnológicas que han sacudido el siglo XX y el XXI, lo que llevará, en nuestro tiempo, a repensar las conexiones entre técnica, arte y sociedad. Tomar conciencia de esas distintas etapas, y de la evolución de nuestra conciencia estética en el decurso histórico, es el objetivo principal del presente curso.