La energía es la base de toda actividad humana. Ha sido, es y será un motor de cambio social, económico y cultural. Ha sido así desde que el hombre aprendió a utilizar el fuego de forma controlada. Históricamente, la energía ha representado la relación más evidente y palpable entre la tecnología, la economía y la cultura. Sin embargo, en la actualidad, la mayoría de las cifras y estadísticas importantes sobre energía no inspiran optimismo. Las emisiones liberadas por la combustión de combustibles fósiles están elevando peligrosamente la concentración global de CO2 en la atmósfera y causando la formación de smog en aglomeraciones metropolitanas al punto de que el planeta se está calentando y las ciudades se están inundando. Se declara una emergencia climática por parte de estados y estructuras políticas supraestatales como una señal de socorro de una civilización en profundo deterioro ambiental. Una nueva Transición Energética está en las agendas políticas de muchos, pero el establecimiento de las necesidades de supervivencia de la civilización y la voluntad política aparente son lentos y débiles. Las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero siguen aumentando y más del 80% de la energía que mueve el mundo es de origen fósil. Se necesita urgentemente un cambio de paradigma en la energética global. Al mismo tiempo, la ciudad contemporánea está siendo testigo de un cambio significativo en los patrones de demanda energética a medida que nuevas formas de consumo se expanden rápidamente. En la era del calentamiento global y el clima perturbado en áreas densamente construidas, junto con nuevas expectativas de confort, la demanda global de refrigeración de espacios está creciendo a un ritmo particularmente rápido, y se proyecta que crecerá aún más en las próximas décadas. El crecimiento de la demanda y la reducción de emisiones representan una auténtica aporía energética que impacta completamente en el diseño arquitectónico. Por otro lado, por primera vez en la historia de la profesión arquitectónica, el clima ya no es una condición fija. Por primera vez, un arquitecto deberá enfrentar el hecho de que el edificio a diseñar va a durar más que las condiciones climáticas en el momento en que se diseñó.